El 28 de mayo de 1995, Montecarlo vivió una jornada tan inesperada como inolvidable. Mientras los motores de la Fórmula 1 rugían en el tradicional Gran Premio de Mónaco, una figura completamente ajena al mundo del automovilismo capturó todos los flashes: Diego Armando Maradona. Acompañado por su entonces esposa Claudia Villafañe, el astro argentino irrumpió en el glamoroso mundo de la F1 con su carisma característico.
En ese momento, Maradona atravesaba un periodo complicado. Aún estaba suspendido por la FIFA tras el recordado control antidoping positivo en el Mundial de Estados Unidos 1994. Sin embargo, su magnetismo no conocía sanciones. Durante su paseo por los boxes fue abordado por periodistas brasileños, intrigados por un posible pase al Santos. La respuesta del Diez, fiel a su estilo, dejó la puerta abierta. Su recorrido lo llevó al corazón del equipo Ferrari, donde compartió un cálido saludo con Niki Lauda, leyenda austríaca y asesor de la escudería. Finalmente, aunque no firmó con Santos, poco después concretaría su regreso a Boca Juniors, escribiendo otro capítulo inolvidable en una carrera tan impredecible como fascinante.